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Carena

El viejo pescador

El viejo pescador

Los Taoistas dicen que una persona no muere hasta que no muere la última que lo recuerda.
Somos, pero nuestra identidad, toda fantasía de la inteligencia, está compuesta no solo por la consciencia de nosotros mismos, sino también por la consciencia que los demás tienen de nosotros. Todo ello forma un conjunto, y el último hálito de nuestra vida es aquel de la última persona que nos recuerda

(Me lo contó  mi querido y deseado Pedro,  conocido por algunos como .G)

1 de Noviembre 

Era el día de los muertos, la gente se dedicaba a acordarse de los que ya no están entre nosotros. Siempre me ha parecido una chorrada, respetable, por supuesto, pero inútil. Tal vez en otras ciudades más grandes sea distinto, pero en los pequeños barrios del sur se ha convertido en una especie de macabra competición de decoración y estilismo funerario. Aquí los cementerios son chiquititos, y las marujas cotillean hasta de sobre quien tiene la tumba más limpia, más floreada, más menos muerta. Y ya una semana antes del día señalado se las ve subir paseando al cementerio, cargaítas con trapos, y algún cubo. Blanquean con esmero, pintan, pasan el estropajo, compran nuevos floreros en los chinos (antiguamente el todo a cien). Las más tacañas no renuevan, solo lavan las flores de tela del año pasado para que vuelvan a tener algo de color.  

Y llega el uno de noviembre y las tumbas amanecen engalanadas, pa que la vecina de la esquina vea qué despilfarro, y presumir de que a tu gente no les pones claveles, sino rosas que son más caras y alardeas  poderío en la morada de tus muertos. Y pasa el día 1, y ya se vuelven a olvidar a sus muertos, sólo los nombran para jurar o maldecir. Algunos, pocos, siguen acudiendo las siguientes semanas, pero cada mes sus visitas son más espaciadas. El día de todos  los santos es consuelo pa los vivos, y a veces ni eso. Yo mis muertos no los olvido, me queda el recuerdo de lo que hice con ellos en vida, sin flores, ni adornos, ni pena. Me quedo con la memoria, con lo vivido, con lo aprendido, con imágenes, con olores, sensaciones… todo eso se queda pa siempre grabao, y no me hace falta adornar un mármol para no olvidar. 

Este año, como el resto, no he subido al cementerio. Preferí ir a ver mi Cachalote, aunque allí recordé del “abuelito”, mi abuelo Miguel. Pero no sólo ese día, sino muchos días.. Tengo recuerdos de él, quizá pocos pero muy intensos. Recuerdo cuando las tardes de verano, cuando con la fresca, me llevaba andando a la playa de la mano, y le preguntaba: abuelito ¿hoy que hace levante y poniente? No entendía yo de vientos, pero le preguntaba una y otra vez  porque al hacerlo él se ponía frente al mar, erguido, se chupaba el pulgar con un fingido gesto serio, y lo alzaba húmedo sobre su cabeza, y decía: -mmmmm a ver… hoy es poniente, los locos esta noche estarán alborotaos, pero dormiremos fresquitos. Debajo de su espeso bigote blanco asomaba una sonrisa. y me hacía reír verle hacer payasadas. Me decía también: Ya sabes niña, el levante la mueve y el poniente la llueve. Es curioso, qué fácil resulta hacer mágica una tarde a un niño. 

A mi abuelo le gustaba comer el pescao de un día pa otro. Era malagueño. Por las noches freía boquerones, y los dejaba en un plato tapaos con un paño blanco, en el poyete de la cocina. También por la noche venía el lechero, a traer leche recién ordeñada, y él la hervía en una olla de porcelana roja. También recuerdo como envolvía los arenques salaos y los chapaba en el marco de la puerta de fuera. Y en patio, en un rincón, colgaba volaores y pintarojas a secar, y no me daban miedo pese a lo feos que los veían mis ojos de niña, me contaba mi abuelito que eran monstruos de mar que cazaban los valientes pescadores durante terribles tormentas para que no me picaran cuando me bañara en el mar.  Ya no hacen eso las gentes de mar, se van perdiendo las viejas costumbres y los viejos barrios marineros de pequeñas casas encaladas. Siento morriña al recordar esos tiempo que los pillé casi agonizando

Por las mañanas, el abuelito nos calentaba un enorme tazón de leche al regimiento de chiquillería, y se enfadaba conmigo porque no me gustaba la nata que flotaba en el caldo blanco y espeso, y volvía a hacer payasadas para convencerme. Me decía: Mira que es lo mejor de la leche, y yo que no me la puedo tomar. Tómatela por mí. Y como todas aquéllas mañanas que amanecía en la casa del abuelito frente al tazón humeante, le preguntaba: abuelito ¿por qué no puedes? Y como siempre repetía el ritual y me lo enseñaba: probaba a sorber del tazón y toda la capa de nata se le pegaba en el bigote, y todos los nietos reíamos al verle hacer lo mismo todas las mañanas.  

En ese tazón humeante de leche densa mi abuelo nos echaba  una hogaza de pan de pueblo con azúcar y canela, sopas de pan le llamaba él. Después él desayunaba, también un tazón de leche, con café, pero además se comía la hogaza de pan con esos boquerones de la noche anterior. Sabía que me gustaban mucho y me daba a escondidas de mi madre, que peleaba con él al verlo darme pescao frito a 1ª hora de la mañana. Mi abuelo nunca hizo caso a su nuera, en su casa los pantalones los llevaba a él y así se lo decía.   

Una vez mi abuelo se tiró casi un año sin hablarle a mi madre, tuvieron una bronca monumental. Y es que mi madre, tras mi comunión, me cortó la melena, y cuando mi abuelo me vio aparecer con el pelo corto como un niño montó la marimorena. Siempre me dijeron que tenía el pelo de su familia, rizado y moreno. Pero ambos, el abuelito y mi madre han sido buenas personas, con carácter, cabezones, pero nobles, y el pelo volvió a crecer. 

Mi abuelo era malagueño, y pescador, como todos sus mayores lo fueron. Ya no quedan gentes de mar en la familia. Me hubiera gustao que me viera en mi barquito. Me hubiera gustao pedirle consejos, que me hablara de la pesca de antaño, que me enseñara sus secretos, sus mañas. Ahora que conozco la mar, me queda la pena de no haber salido con ese viejo pescador a ella. Ayudarle después a recoger avíos. Era su única nieta, entre tanto chico, y  auque era un machista de cuidao, sé que estaría orgulloso de ver que alguien en su familia continuaba en cierto modo la tradición marinera. 

Muchas veces, cuando al navegar, me he acordado del abuelito, su recuerdo está conmigo, y él no necesita flores artificiales ni rosas de temporada, ni jarrones chinos o tailandeses. A mi abuelo las flores se las echo yo cuando me salga, y me sale con gusto, porque a  los muertos se los comen los gusanos y mi abuelito seguirá vivo mientras permanezca en mi memoria.

 

Dejo aquí un enlace que refleja parte de esa huella, que en su día dejé en otros lares:

http://arrecifes.blogia.com/temas/raices.php

  

6 comentarios

Polen a Pedro Glup -

¡vaya! mis 2 Pedros en un mismo lugar. Ya sabes que sigo navegando y deleitándome entre tus escritos.
(me debes un cuento)

Polen a .G -

Pedro, qué alegría saber que vienes por aquí, mi memoria no me falla, ni te olvido.
Besos de los que me gusta darte

Polen a Isabel -

Más me emocionó a mi ver las fotos de tu tesoro, es casi casi tan guapa como tu
Besos preciosa

Pedro -

Mi saludo, marinera. Bella página sobre tus pasiones, sincera hasta debajo del agua.
Navega y disfruta.

Tu memoria vive -

Y es memoria de deseo.
Vives...
pues Pedro te deseará despues de muerto.
Será polvo,
mas polvo de deseo.

Rosier -

No he dejado nunca de leerte pero el tiempo siempre me impedía contestarte...
Esta última me ha vuelto a emocionar como muchas otras...
He vuelto corazón
Mil besos por todos los que no te he podido enviar este tiempo