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Carena

Bautismo de mar

Bautismo de mar

Tal y como anunciaba en el anterior post, el domingo una persona muy especial iba a recibir su bautizo de mar. ¡Y digo si lo recibió! Con baño y todo. Ayer me tiré todo el día en una nube, fue un día de emociones muy fuertes. El año pasado, por estas fechas mi hermano estaba postrado en la cama de un hospital. Los médicos decían que no andaría. Y no solo anda, sino que además navega. Al llegar al puerto llamé a mi buen Miguel, con el que tantas y tantas charlas he compartido a bordo de su barco, del mío o en el bar de Manolo, en el puerto. Me hacía mucha ilusión presentarle a mi hermano. Este se sorprendió de que Miguel supiera tantas cosas de él, ¡claro! Te conoce, le he hablado mucho de ti. Desayunamos juntos en el puerto, los tres, y hablamos de todo un poco. Era evidente que el tema de la salud saldría. El domingo mi hermano amaneció fenomenal, apenas cojeaba. Hay días que no puede andar, claro, pero ayer… daba gusto verlo. Y sobretodo oírle, estaba sereno. Le dijo a Miguel que para curarse, lo 1º es no hacer ni puñetero caso a los médicos, que si les crees te estancas. Lo 2º es asumir el grado de tu enfermedad, has de ser consciente que estás enfermo. Y lo 3º no conformarse, no has de desear curarte, sino que tienes que creértelo, estar plenamente convencido de que puedes mejorar. Y esforzarte, claro, esforzarte mucho. El se dañó la médula, su última vértebra dorsal es de hierro ahora, y le dijeron que no volvería a andar, y ayer…. Ayer tuvo su bautismo de mar a bordo de mi Cachalote.

Al salir del amarre saludé a Felipe, él también iba a salir con su maravilloso barco. Ahí estaba yo toda nerviosa y feliz gritando ¡Felipe holaaaa! ¡mira, mi hermanoooo! El niño me preguntó que si es que le conocía todo el puerto… 
Por primera vez he rezado con todas mis fuerzas que el viento fuera mínimo y la mar estuviera plana. El dia anterior el poniente pegó duro, y mis esperanzas se ibana apagando. Pero… tuvimos suerte, fue un día perfecto para salir a la mar por primera vez.

Nada más salir por la bocana le involucré con las tareas del barco. Nunca he tratado a mi hermano como a un inútil, y aunque he sentido mucha pena por verle mal he sido de las que piensan que la compasión, en según que grado no ayuda nada, sino todo lo contrario. Hay que esforzarse y darle caña para que no se haga el remolón.  Así que pronto le puse a la caña. Le fui explicando como parar el motor en caso de que me cayera al agua, como frenar el barco a vela, como funciona la radio y donde estaban las cervezas y coca-colas. 

Pero mi hermano es como yo, y pronto estaba ya en pie investigando por su cuenta. Me tuvo en vilo, sobretodo cuando decidió irse a proa. Y yo en esos momentos me parecía más que nunca a su madre: niño agarráte siempre a algo, niño ve despacio, niño ten cuidao, niño no me des el día que damos la vuelta ahora mismo pero ya rumbo al puerto. Pero lo dicho, mi hermano es como yo y no me hizo ni caso. Aún así me sorprendió, se movía muy bien.

Y se sentó en proa y empezó a mirarlo todo, en serio, era como un niño pequeño que estaba descubriendo el funcionamiento de un nuevo juguete. Pronto supo de los beneficios de una cabezadita al sol en proa. Fue instintivo, era la primera vez que navegaba y supo elegir donde se estaba mejor. Yo desde la bañera le miraba, como quien mira a su bien más preciado, como a un niño sabiendo que está descubriendo el mundo. Todo era nuevo para él: la proa surcando el mar, la estela, las velas, el casco reflejado en el agua, el balanceo, las sensaciones… Le dejaba hacer, aunque estaba preocupada de que pudiera caer, de que le fallaran las piernas en uno de esos calambres terribles , le dejaba a su aire. Como me suele decir: si caigo ya me levantaré. Y merecía la pena que disfrutara plenamente de todas esas sensaciones sin nadie que le estuviera dando la brasa. 

Algo parecido sucedió cuando quiso bañarse ¡joder, si en algunas cosas es igualito a mi! Ve el agua y no puede resistirse. Hace días pregunté en la taberna como podría ayudarle a subir en caso de que él no pudiera por si mismo. Los peldaños de mi escalerilla son de tubo, resbaladizos y cuesta un poquillo subir. La popa de mi barco vertical, me daba miedo no poder volver a subirlo. Pero, cuando me insistió de nuevo ¡anda niña! Solo un remojón, prometo no soltarme. Joder, ¿cómo decirle que no? Desde su accidente no lo había vuelto a ver tan ilusionado. Pensé: bueno mi barco es chico y llevo el arnés, el día es bueno y siempre en caso de emergencia puedo ayudarle atando al arnés un cabo y tirando de winche. No hizo falta. ¡Ay Dios! Si lo hubierais visto ahí, aferrado a la escalerilla, en el agua, riéndose, pero de esas risas con ganas, cantando tonterías. Tuve que aguantar el lagrimón melodramático, pero era tanta la ilusión de verle en mi barco. Aún así  tuve que aguantar algunas bromitas del niño.

Subirlo fue fácil. Ayer estaba fuerte, y no me había dado cuenta hasta ese momento de la fuerza que ha desarrollado en hombros y brazos. Como mi barco es chico estirando el brazo llegaba a la base del candelero de popa. Y yo pendiente pos si había que darle un tirón que le hacía falta para subir la escalerilla. Su primer baño en la mar desde hace casi 2 años. Estaba exultante. 

Durante nuestra  pequeña travesía hablamos mucho. Tengo dos hermanos: Miguel Angel, que es el mayor, y el chico, Antonio, con el que me llevo año y medio. Los quiero a los dos por igual, no es posible querer a uno más que a otro, al menos no en mi caso. Pero entre el pequeño y yo siempre ha habido una complicidad especial. Somos amigos además de hermanos, amigos  de los de verdad, de esos que tienes muy muy escasos. Ha sido compañero inseparable de juergas, de alegrías y de penas. Incluso compartimos suegros, cuando nos liamos él con una chica y yo con el hermano de esta. De jovencillos me acuerdo que nos tirábamos en su cama a ver pelis y a contarnos las andanzas de la noche anterior, con todos los detalles. Nos reíamos mucho contando las cositas de nuestros ligues, no habían tabúes ni cortes entre nosotros. Y bueno, si uno estaba mal el otro acudía sin dudarlo  

El retorno al puerto reinó la complicidad que siempre ha habido entre Antonio y yo. Antes de subir al Cachalote miró baboseando una moto de agua. Horas después vimos pasar una y me dijo: niña, ya después de este día creo que no cambiaría tu barco por un cacharro de esos. Reímos recordando anécdotas y Antonio compartió conmigo sus sensaciones. Me contó que había vuelto a sentir por primera vez sensaciones que desparecieron desde que se alejó de la montaña. Ha sido un más que buen atleta en general y especialmente un magnífico escalador. Para él la montaña era como lo es para mi la mar. Pero, dijo que por primera vez desde que el accidente cambiara su vida, había vuelto a sentirse en comunión con el mundo, con la naturaleza. Que se sentía libre. Me confesó que no le hacía ninguna ilusión venir a navegar, pero que debido a mi insistencia desde hace mucho, se “sacrificó” para darme el gusto, y se arrepintió de no haberlo hecho antes. Y yo le escuchaba y sonreía, sabía que sucedería eso, hemos compartido la montaña, fue el quien me la presentó en su día, quien hizo que hiciera mis pinitos en escaladas facilonas. Y sabía que en la mar descubriría un mundo de sensaciones paralelo, un afán de superación. 

Antonio quizá no volverá a escalar, al menos no como antes (ahora ya sé que nunca se debe decir “nunca más”), pero para él se han abierto otras puertas, igual de gratificantes, o quien sabe si más, eso lo dirá el tiempo. Kibo me comentó que Julio Villar se hizo a la mar tras un accidente de montaña, y ya ves, hizo unas cuantas millas. La próxima salida que venga Antonio le hablaré de Julio, y le regalaré su libro, seguro que se identificará mucho con él.  

Y preguntó, preguntó mucho. No sabía responder a todo, al menos responder correctamente ¡si yo aún estoy aprendiendo! Pero es espabilado, y siempre ha tenido un instinto especial para desenvolverse en cualquier medio. Y no llevaba nada mal la caña, sin apenas decirle nada supo poner el rumbo correcto, evitar que la ola nos entrara de través, y cómo llegar a puerto. Ya casi llegando a la bocana tomé el gobierno, con mi hermano al lado y tuve ganas de abrazarlo, fuerte. ¡Joderrrrrr! ¡Como soy poco ñoña! Nuevamente se confirma eso que tantas veces he oído decir: la mar es medicina para el alma. Y yo tuve la inmensa fortuna de presenciarlo, para mi fue como volver a navegar por primera vez, ver su cara, su sonrisa, su curiosidad, contemplar su silencio… ¡Qué grande es eso! ¡Qué suerte la mía al poder vivir un momento tan especial!  

Ahora tengo un nuevo compañero de navegación. Lo sé, a los dos nos queda todo un mundo por descubrir, mil cosas por aprender, pero nos tenemos el uno al otro, y entre los dos será más fácil el aprendizaje, además tenemos la absoluta certeza que no nos vamos a fallar nunca. Y ya hacemos planes de futuras navegaciones.  

Pero en estos momentos lo que prima es la seguridad a bordo. Pregunté en la taberna como poder subir a alguien con limitaciones a bordo, pensando en mi hermano. Sé que él tiene días buenos y días muy malos, no siempre se moverá igual de bien a bordo, por eso he de tenerlo todo previsto. Además, pensar en ello me ha hecho reflexionar en muchas cosas. Si algún tripulante cayera alguna vez al agua, aunque físicamente estuviera bien, pero si cayera y por lo que fuera perdiera el conocimiento, carezco de la fuerza y habilidad para subirlo de nuevo a bordo.  Y si cayera yo peso demasiado también con lo cual sería dificultoso subirme. Así que ando ideando el mejor método de emergencia para tenerlo siempre preparado. Y prima la línea de vida para cuando haya mal tiempo, ahora ya no puedo confiarme, mirar por la seguridad de otros me ha hecho darme cuenta más que nunca que para cuidar de ellos he de cuidar de mi misma también. Nadie lo ha hecho nunca, siempre me las he apañado sola, pero ahora, las cosas han cambiado, un nuevo pirata se ha enrolado al Cachalote.

Mi hermano se encontró en un cruce de caminos: tuvo que escoger entre luchar o resignarse con la sentencia de los médicos. Escogió lo 1º, le echó un buen par y abordó la vida con uñas y dientes, como un auténtico pirata creyendo que tras esa lucha le esperaba su botín. Y ganó, sigue ganando. Nadie dice que sea fácil, no lo es. Cuesta mucho, y duele, duele el cuerpo y el alma, pero cada vez menos. Y, por las sonrisas que me regaló a bordo merece la pena seguir dejándose el pellejo en esta lucha constante con uno mismo.  

ESPERANZA

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